Cruzando la cordillera
Sebastiano Monada
No olvidaré las cumbres nevadas relegando su
nacimiento enardecido
Ni la planicie nocturna alumbrada por ternura
selenita
Acariciando rostros quemados por el frío
La fogata de tolas desprendiendo sensibilidades
de invierno
Tampoco la compañía del grupo nómada
Dos jóvenes quechuas y un mestizo
Otro como yo, barroco, artefacto de arcilla
Cocida al calor dramático apasionado de fantasmas
Recuerdo la macurca persistente en músculos
adoloridos
Exigidos en la aventura del viaje a la
frontera
Sudor de tiempo resbalando por superficies
sorprendidas
Memoria joven abriéndose a inscripción
deshabitada
Sequedad granulosa de voz reflexiva
Como recitación antigua de versos escritos en
piedra
Acallada por pasos de escultores vientos
No olvidaré tampoco sus inmensas trenzas
negras
Tejido de achachilas
y de pétreos deseos no cumplidos
Su traje negro resguardando su cuerpo como
coraza
Defendiendo inocencia de ataque intrépido de
los sueños
Se quedó sola en la soledad inmensa de la
puna
Habitada apenas por perfil orgulloso de las
llamas
Y la lucha tenaz de los arbustos de tola
No olvidaré la luz esparcida del rebaño
perdido como huida
De constelaciones precipitándose hacia la
nada
Acompañadas por canción de cuna cantada por luna
desnuda
Haciéndome recuerdo a tus pómulos
sobresalientes
Y luminosos debido a residencia estelar en
huesos de la cara
No olvidare tus senos bebidos por recién
nacidos
Ocultos a la vista de forasteros curiosos
No olvidaré la miel saboreada por lengua gustativa
De valles tibios y esmerados
Fulgor verdoso de vahos embriagantes
Trepados para meditación profunda de volcanes
apagados
Tampoco cuando escuchamos en fragor oscuro
El crepitar de aguas descolgadas desde las alturas
Río agitado, intrépido, desafiando madurez
osificada y rocosa
Al bajar montañas
Bebimos agua fría de manos tenues
De la serpiente alada
Diluida en pronunciación incomprensible
Narrando el mito del eterno comienzo
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